Política y Humanismo (V). Sociedad civil y Comunidad Política


Para retomar un concepto subyacente en este trabajo (sociedad civil vs. comunidad política) esta es una idea que ya promovió una discusión entre la idea aristotélica de la vida en comunidad, y la visión de Hobbes que se remonta al siglo XVII.
Explica Miguens17 que no puede haber vida humana floreciente sin participación política, como dimensión necesaria para el desarrollo personal. Estas virtudes y actitudes sociales se adquieren solamente con la práctica y en la convivencia política, con la interacción y el libre diálogo argumentativo entre todos los ciudadanos fundados en el afecto y en el aprecio mutuo, que con este dialogar realiza un verdadero aprendizaje social. Una de las características de toda comunidad consiste en que los miembros comparten algo en común, cosa que Aristóteles señala expresamente. Lo que se comparte es la justicia, la paz y el orden que surgen de ella, así como el modo de vida interactivo igualitario. La polis no es “solamente una comunidad de seres vivientes, sino una comunidad de iguales, persiguiendo la mejor vida posible” y “la eudaimonia es el bien más alto que consiste en la realización y perfecta práctica de las virtud…”.
El concepto de amistad, entendida como la predisposición a expresar una relación fraterna (solidaridad y generosidad) aún con aquel que esta distante, pero comparte una historia, un presente y anhelos futuros, la voluntad de asumir las diferencias pero en unidad que favorece los consensos básicos, y la idea de justicia son los pilares sobre los que se asienta la idea de comunidad política.
De tal modo, que cuando estos presupuestos no están presentes la comunidad política como tal desaparece. Y que no exista como tal es equivalente a afirmar que los hombres y mujeres que comparten un espacio, un territorio, dejan de reconocerse en una historia común, se relacionan con indiferencia por la suerte del otro en su presente, y el futuro se transforma en una apuesta individual. La relación de alteridad como fundamento del ethos social y que importa reconocernos como iguales en la diversidad cede frente al hombre aislado, supeditado a su propia suerte, y sitiado frente a quienes no puede “reconocer” como sus semejantes. Ya no es persona, sólo un individuo que deambula con su presencia “muda y temerosa”.
La idea de la libertad expresada en términos absolutos, el libre albedrío desconociendo la relatividad de toda acción humana por parte de los miembros de una sociedad, y el desembozado accionar del poder público que tiende a vulnerar los límites de su propia competencia pulverizan la idea de comunidad política, que solo encuentra su quicio en un permanente equilibrio entre la esfera privada y la pública en la configuración del espacio en el que se articula la construcción del bien común.
Cuando ello desaparece prima la promoción del auto interés encubierto. La vida es una competencia, cuyo único objetivo es estar adelante.
Cual es la consecuencia de este modo de concebir la vida en sociedad? Lo primero es que se separa lo moral de lo político y aún más, ambas de la economía. Pero además, y lo más grave que tanto la moral, como la política y como la economía se mueven y giran por fuera de la esfera de la sociedad. Y el resultado es, como se adelantó, un hombre aislado, desintegrado y a partir de la cual a cada uno le resulta difícil darse una respuesta sobre el sentido de la vida. “Yo argentino”, “Por algo será”, etc. son frases que indican claramente la pérdida de identidad como miembros de una comunidad que es esencialmente, política.
Qué le ocurre a cualquier persona cuando observa la realidad que lo circunda y concluye que no se adapta? A esta denominada “crisis de identidad”, el sistema que se expresa mediante pautas culturales que incorpora en el cuerpo social –especialmente entre los jóvenes-, pretende que la resuelva aceptando la realidad tal cual es. La domesticación y la resignación como presupuestos del “hombre feliz”.
La aniquilación del sujeto político no es posible sino mediante la transmisión de pautas culturales que “faciliten” la adaptación al medio. Aniquilada la conciencia, adormecido en su capacidad reflexiva el hombre está listo para adoptar sin reparos éticos, el pensamiento basura. No piensa, actúa por imitación; no busca diferenciarse, sino responder disciplinadamente a los cánones del mercado. Es el prototipo del “hombre mediocre” de José Ingenieros18 Así su felicidad consiste en la satisfacción de necesidades artificiosamente creadas. El placer, el goce de la vida se reduce a la posesión de objetos.
Ser algo ya no pasa tanto por lo que se hace sino por lo que se tiene. El vecino del coche caro o de la casa lujosa, se dice para calificar a alguien. Incluso se tiene conocidos en las altas esferas o recuerdos del último viaje a Europa. Si la antigua moral definía una persona por sus acciones, ésta la define más bien por sus posesiones. Alguien es finalmente lo que tiene.19
El conformismo social lleva ínsita una concepción darwinista. Aceptar las reglas de juego conlleva la necesidad de competir para formar parte del grupo de pares. Si no se tiene éxito; es decir, si no obtiene “reconocimiento” social, bienes o una posición social relevante, se fracasa. El mercado tiene la respuesta. El más apto alcanza ese reconocimiento; el otro, el débil, sucumbe.
En tanto el hombre cree que su libertad está asegurada pues el mercado es complaciente facilitándole la incorporación de bienes a su dominio, deja de reconocerse en el otro para cegarse por un individualismo que lo lleva inevitablemente a la pérdida de su propia dignidad al desconocer todo límite ético en la búsqueda del goce y el placer material. En efecto, la búsqueda del propio bien sin medir el mal que se pueda provocar para alcanzarlo denota la ausencia de límites éticos.
Esa aparente comodidad en la búsqueda del becerro de oro lo torna adaptable. Y si no se adapta “fracasa”. “En lugar de cuestionar las reglas del mercado este individuo termina entonces por cuestionarse a sí mismo: es su culpa si no puede conseguirlo que desea o vivir de acuerdo con los modelos de éxito económico y social. No sirve para nada, es un incapaz, un inútil, un fracasado. Asume como una identidad personal lo que la sociedad hizo de él en tanto sujeto…se ve a sí mismo como un obstáculo.”20
De modo tal que el hombre o se adapta y como tal se despersonaliza, o no se adapta y se considera un fracasado, o conciente de ello se somete a un proceso de auto reclusión por tiempo indeterminado en su propio hogar. El cínico proceso de colonización cultural lo ha convencido de lo “malo” de la política y de las bondades del mercado.
Para el “nuevo orden” lo importante no es que se adapte, pues el reclutamiento es permanente. Lo verdaderamente vital es que no recree lazos de solidaridad con sus semejantes. Logrado esto, la logística (léase televisión, publicidad, talk shows, etc.) del mercado hace el resto. Esterilizada la conciencia, anulada toda valoración ética y bloqueado su corazón el hombre se somete o se recluye. En cualquiera de los supuestos es funcional al sistema.
Se aísla al hombre, se lo despolitiza y por lo tanto se lo debilita. Se construye “la sociedad civil” en contraposición a la “sociedad política”, en la que reside la razón de ser del Estado y de la Nación como expresión de un pueblo que tiene una historia, una tradición, y un futuro común indivisible.
Las relaciones de los hombres se reducen a su vida familiar o a lo sumo, a las relaciones contractuales conforme a las reglas que fija el mercado.
Como explica Joseph Ramoneda, si la desregularización del 68 daba lugar al hombre autónomo, la desregularización de los 90 estuvo pensada para el hombre reducida a la condición económica. El ciudadano Nif, el contribuyente que ahorra, invierte y consume, es el horizonte del momento, fruto de un período cultural guiado por tres ideas: la sociedad no existe, solo existen los individuos; el comportamiento racional es el que se guía por estrictos criterios de beneficio económico; no hay alternativa al sistema político, económico y cultural que ganó la guerra fría. El derecho a vivir no lo da la condición humana sino la adaptación al orden del dinero-consumo-trabajo.
Consolidada la idea del “yo” sin el “nos” los individuos basan su conducta en una ética de fronteras donde basta una actuación mínimamente correcta sin ponderar las reales exigencias de una sociedad que pretende ser democrática y por lo tanto libre.
Esa visión reduccionista lo aísla, separa y transforma en un ser egoísta. Y el egoísmo conspira contra la libertad misma.
En la Grecia antigua el esclavo era el que estaba excluido de la cosa pública, podía tener bienes y hasta educarse, pero no podía intervenir en la marcha y en las cuestiones que involucraban a la sociedad. Todo lo que era común le estaba vedado.
Participar en la concreción del bien común, aportar cada uno conforme a nuestras capacidades al logro de ese bien que nos identifica como nación y como comunidad política no sólo es compatible con la dignidad humana sino que es su lógica consecuencia. Nadie puede realizarse en una comunidad que no se realiza.
La separación de lo público de lo privado sin que existan vasos comunicantes, sin que se reconozca una esfera que es común y en la cual y desde la cual es posible resolver problemas comunes ha desarticulado y colocado en estado de indefensión al hombre.
Esa interfaz, esa esfera (de equilibrio) en la que se resume y sintetiza la búsqueda del bien común puede ser atacada tanto por el totalitarismo como por el mercado.
En el primer caso, como expresa Arendt se manifiesta como una tendencia a volver superfluos a los seres humanos, descartables. El objetivo no es impedir que los hombres piensen sino que ese pensamiento sea impotente, estéril.
Cuando es el mercado el que la invade, la política retrocede, El Estado es el gran ausente, y entonces el hombre se transforma en unidades de consumo adaptables, de naturaleza modular.
La mano invisible lo resuelve todo y “no existe otra alternativa”.
El hombre actual se asemeja a un mueble nuevo, con cualidades móviles, descartables e intercambiables.21
El hombre modular es incapaz de integrarse plenamente, todos sus lazos son flexibles, “ad hoc”; de ahí que toda agrupación será también frágil y vulnerable.
La “sociedad civil” refleja este cuadro: ausencia de compromiso, relaciones precarias; la solidaridad y la generosidad la expresan organizaciones que se define por el opuesto: son no gubernamentales (Ongs). Todo lo que huela a sustrato político es eliminado hasta de los discursos de ocasión.
Esterilizado el cuerpo de la nación, su agenda y sus prioridades son establecidas desde afuera y ejecutadas por el mercado.
No es mera casualidad que el concepto de “sociedad civil” haya resucitado en Europa como respuesta a la crisis del Estado de Bienestar, y en América Latina se haya potenciado como respuesta a los males de la política pretendiendo justificar a las organizaciones no gubernamentales como reservorios para la formación de nuevos dirigentes y de la ética “vulnerada” por aquélla. Esta visión pretendidamente alternativa de la política resaltó la acción de “nuevos dirigentes” (Vg. piqueteros, asambleas barriales, etc.) que justificaron su accionar ante la licuada representación de los gobernantes, generando la ilusión de una “nueva” clase dirigencial, omitiéndose deliberadamente desde los medios de comunicación y desde los centros de poder, que tal accionar solo reconocía una lógica: la de la subsistencia, y en muchos casos se transformó en un verdadero chantaje político cuyo costo económico pagó el hombre común.
En suma, un concepto de difuso contorno, fue sagazmente utilizado en su versión tockevilleana (fuerzas de la sociedad como contrapeso del poder estatal para preservar la libertad y asegurar la igualdad de sus miembros) incentivándose la generación de organizaciones no gubernamentales nacidas originariamente como fruto de la exclusión, supuestamente autónomas del Estado y de los intereses económicos y políticos para vaciar de contenido político al hombre mismo.
Hay en la propuesta un grado de perversidad y cinismo político notable. En nombre de la democracia política, de la transparencia y aún más, de la ética, se vacía de contenido político el entramado social y se lo predispone contra el poder público (en realidad contra la política).
Como dice Bauman, las palabras estrellas son “transparencia” y “flexibilidad”. “La transparencia y la flexibilidad auguran mayores certezas para algunos y predicen más incertidumbre para otros. Los postulados de la transparencia y la flexibilidad se refieren, en definitiva, al control ejercido por los poderosos sobre las condiciones en las que otros, menos autónomos, están obligados a elegir entre el humilde conjunto de las opciones sobrantes o a someterse al destino que les toca cuando ya no quedan opciones”22.
Al considerar a la sociedad civil como algo distinto a la sociedad política, a las externalidades económicas, y aún más, ajena a la familia, reduce a sus miembros a simples operadores de contrapeso y cuya adaptabilidad al sistema los torna funcionales a los fines no confesados por los tutores del mismo.
La sociedad civil se expresa así como tercer sector, ongs, cuya asociatividad, referenciada ligeramente a la economía social, responde a reclamos puntuales y dominados por la impronta de la transitoriedad pues si se ve satisfecho dicho reclamo, desaparece la razón de ser de dicho agrupamiento23. Dato este que denota claramente la ausencia de valores esenciales: generosidad, solidaridad, afecto por el prójimo.
En esta lógica implacable para sostener las desigualdades, Michel Camdessus se refirió a las tres manos: la mano invisible del mercado, la del Estado, custodio de las reglas de juego, y la de la caridad, abocada a proteger los excluidos.
La idea que se pregona de la necesidad de una sociedad civil fuerte para una democracia política es una falacia bien argumentada por los teóricos del nuevo orden. Es en realidad, una contradicción en sus términos.
No existe en mi criterio, posibilidad alguna de construir una democracia política sin una sociedad que no lo sea. Y para que una sociedad sea política debe cultivar valores que permitan la articulación de los intereses particulares y los intereses públicos. En otros términos, una comunidad organizada, en la que la idea de compromiso con “los otros” prima sobre los intereses particulares y legítimos que busca preservar cada persona. Compromiso con el común bienestar.
La indolencia colectiva, la indiferencia política y social son el fin no confesado de la teoría de la sociedad civil en la construcción del nuevo orden imperial.
El esfuerzo teórico de un “tercer dominio” en el que reside la sociedad civil, diferenciado de la esfera política y la esfera económica apelando a la pluralidad y como reserva de valores y factor de cohesión, no es más que una aggiornada versión con la renovada intención de sustituir la institucionalidad política.


17 Véase José Enrique Miguens; Desafío a la política neoliberal, Editorial El Ateneo, 1ra ed.; Buenos Aires, 2001.

18 “El hombre mediocre es una sombra proyectada por la sociedad; por esencia, imitativo, y está perfectamente adaptado para vivir en rebaño, reflejando las rutinas, prejuicios y dogmatismos reconocidamente útiles para la domesticidad…su característica es imitar a cuantos le rodean: pensar con cabeza ajena y ser incapaz de formar ideales propios.” Aut. Cit.; “El hombre mediocre”; Ediciones Andrómeda, Buenos Aires, 2005; pág. 22.

19 Dardo Scavino; “La era de la desolación”; Ediciones Manantial; Buenos Aires, 1999; pág. 112.

20 Dardo Scavino; ob. cit., pág. 113.

21 Expresa Bauman que el concepto de “hombre modular”, acuñado por Gellner toma como referencia la industria del mobiliario: la diferencia entre el viejo y el nuevo tipo de ser humano es como la diferencia existente entre un mueble de una sola pieza y otro modular. El mueble antiguo tenía desde el principio una forma definitiva, no era susceptible de cambiar su forma o estilo. Si no gustaba no había otra opción más que cambiarlo por otro. Los muebles modulares, en cambio, se los compra en partes, es posible reacomodar sus formas de acuerdo a las necesidades cambiantes o el gusto. No es posible afirmar que tiene un estado definitivo. Y lo mismo podría decirse del “hombre modular”, el producto más notable, dice Bauman, de la sociedad moderna. (Autor citado; En busca de la política; Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2001; pág. 166 y sig.).

22 Zygmunt Bauman; En busca de la política; Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2001, pág. 35.

23 La economía social puede analizarse como una respuesta a la deficiencia o manipulación del mercado; como un subsistema complementario de lo público y lo privado, o como una expresión del trabajo humano que preexiste tanto al mercado como al Estado. La necesidad de encuadrar una serie de actividades cuyos actores fundamentalmente se encuentran excluidos del sistema ha inducido a los estudiosos de calificar ese sector como “economía social”. En mi opinión, la economía social se percibe como respuesta a una necesidad y no como una respuesta a una oportunidad. Al hablar de “economía social” afirmamos al mismo tiempo que existe otra economía. Y si caracterizamos a aquella como una estrategia de supervivencia o como una estrategia para la inclusión social, importa admitir que existe una economía para “incluidos” y otra para “excluidos”. Creo que de este modo se cae en la trampa liberal: disociar la política de la moral y a éstas de la economía, de modo que todo gira por fuera de la esfera social. Creo que es necesario reformular el papel que cumple la economía en el desarrollo integral de las personas y el papel del Estado y la promoción del compromiso ético de los ciudadanos y de la empresa en ese desarrollo.
De modo tal que la perspectiva presente y futura de la economía social como sector depende de la respuesta que dé la Política, que preside toda acción económica. Su futuro se encuentra indisolublemente ligado al proyecto de nación que definamos y ejecutemos como comunidad organizada.
Por último, y sobre el eje de que la economía es una (y siempre social) rescato el concepto de Fournier acerca de que la lógica de economía social se basa en la reproducción ampliada de la vida configurada en unidades domésticas. Una categorización que recuerda a la economía familiar y que nuestro país olvidó cuando sucumbió como valor la cultura del trabajo y del esfuerzo propio.




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